Partiré del año 19 a. C., cuando César Octavio terminó las guerras cántabras, pacificando por completo la región y añadiéndola al Imperio que acababa de crear. Fue entonces cuando podemos decir que existió la Hispania romana, donde Roma controlaba por completo la provincia y podía terminar de romanizar a su población sin una oposición o revueltas, al menos no de gran envergadura. Con la Pax Romana se abriría una nueva etapa. Ya desde Julio César, muchas familias patricias fueron a administrar el territorio y también para que los habitantes nativos absorbieran la ordenación jurídica de Roma, eligiendo a los decuriones, quienes a su vez elegirían a los magistrados que dirigirían las ciudades. También se realizaba un censo cada cinco años, algo imprescindible para poder recaudar eficientemente los impuestos.
Octavio fue cambiando el Imperio desde el punto de vista social, integrando a las clases medias de comerciantes y pequeños terratenientes, quienes a su vez le serían leales, y concedería la ciudadanía romana en ciudades que no estaban en la península itálica, creando un gran sentimiento de unidad en el Imperio. Estas medidas se adoptaron en gran cantidad en Hispania, facilitando el auge del comercio y la industria, bien administradas por ciudadanos nativos que ahora eran romanos.
Octavio dividió Hispania en tres provincias: la Bética, que al ser la más pacificada estaba bajo control senatorial; y Lusitania y Tarraconense, que al estar recién apaciguadas, tenían que mantener bastantes soldados en el territorio, por lo que permanecerían bajo el control directo del emperador. Estas provincias estarían divididas en conventos jurídicos que se dirigirían desde las ciudades más grandes como capitales.
Poco cambiarían las provincias en los siglos siguientes, al margen de que Tiberio le quitó su gobierno al Senado de la Bética para que pasara a cargo del emperador. Esto fue un cambio importante para las familias más poderosas aliadas del Senado, que vieron mermado su poder e incluso, en muchos casos, confiscó los bienes de estas familias acusadas de alta traición contra el emperador y para recaudar dinero, lo que le hizo ganar aún más fama de tirano a Tiberio. Aquí tenemos el caso de uno de los hombres más ricos de Hispania, Sexto Mario, que hizo su gran fortuna explotando las minas de oro y plata de Sierra Morena. Fue acusado de incesto perpetrado con su propia hija y fue ajusticiado siendo despeñado desde la Roca Tarpeya, confiscando sus minas y riqueza para el Imperio.
Del año 14 al 37, estuvo Tiberio como emperador de Roma. Como sucesor de Octavio, tenía un listón imposible de alcanzar. Si bien era un buen general y tuvo una carrera política modélica, nunca contó con la aprobación de Octavio; siempre fue un plan B. Personaje con poca carisma y pensamientos anticuados, nunca destacó. Era buen general, pero no brillaba, razón que se apreciaba al tener que asistir en el campo de batalla a su hermano menor Druso. Tuvo una mala relación con Octavio, quien le obligó a divorciarse de la mujer que amaba e impedir volver a verla para casarse con la hija de Octavio, que a su vez era su hijastra política. La idea era garantizar tenerlo como un candidato viable a sucederlo, pero guardándolo en la reserva, ya que tenía candidatos mejores a su disposición. Esto amargó mucho el carácter de Tiberio e hizo que tuviera un gran odio hacia Octavio.
Seguiría ascendiendo, pero se encontraba desencantado con cómo funcionaba ahora Roma y añoraba la antigua república, donde los cargos no se concedían a dedo, y decidió abandonar la vida pública y retirarse a vivir una vida sencilla en Rodas. Aunque al final tuvo que volver, ya que tras la muerte de Lucio y Cayo, quedó como heredero final, de rebote, del imperio. Eso sí, como condición para que quedara claro que no lo querían, lo obligaron a adoptar a Germánico, el hijo de su hermano Druso, con la intención de que la dinastía imperial siguiera siendo Julia en vez de la Claudia, que era la de Tiberio. Tiberio se volvería a sentir en la sombra de otro joven menos capacitado que él, pero con mucha carisma que atraía el cariño de los romanos.
Al final, en el 14 d.C., murió Octavio y fue nombrado emperador. Nadie lo quería de emperador, ni siquiera Tiberio quería ser emperador, pero le tocó gobernar. Al poco comprobó que quien de verdad dirigía el imperio era su madre y viuda de Octavio, Livia. Se rumoreaba que estaba detrás de los asesinatos de los herederos de Octavio para que su hijo fuera emperador, pero solo para mandar ella en la sombra, lo que incomodó mucho a Tiberio. Aunque administrativamente hacía un buen trabajo, la gente no lo quería, sobre todo al traer a Germánico el carismático a Roma y darle otro destino que, según creían, lo hacía por envidia. Cuando murió, toda Roma pensó que lo había mandado matar, lo que hizo que su impopularidad fuera enorme. Esto lo percibía Tiberio, que al temer por su seguridad, aumentó las fuerzas y poderes de la Guardia Pretoriana, lo que hizo percibir a la gente que la ficción de la democracia desaparecería y marcaría un tinte de dictadura militar. El líder de los pretorianos era Sejano, que se ganó a Tiberio tanto que tras la muerte de su hijo, decidió que quedara como regente hasta que proclamaran al siguiente emperador.
Tiberio se retiró a Capri, dejando Roma en las peores manos posibles, donde Sejano creó un reino del terror donde nadie se sentía seguro, sobre todo tras la muerte de Livia, quien aún tenía algo de poder contra Sejano, que ahora sería de facto emperador sin el título. Tiberio se acabó enterando del régimen del terror y la ambición que tenía y mandó arrestarlo y condenarlo a muerte bajo el clamor popular. Volvió Tiberio, que se enteró también que planearon la muerte de su hijo, lo que le creó una paranoia donde veía conspiraciones por todos los lados y sumió a Roma en un estado de terror, ordenando ejecuciones tanto a presuntos conspiradores como a gente inocente que fueran acusados de cualquier motivo contra Tiberio. Dejó de gobernar y se centró en la purga que duraría 6 años, en los que su vida estuvo rodeada de todo tipo de depravación que ocurrían en la isla de Capri, aunque quizás esto fue solo una creación de sus enemigos para darle mala fama en sus últimos años hasta que murió en el 37, o tal vez asesinado con una almohada, y le sucedió Calígula, otro infame emperador que superaría al anterior.
Como hispanos destacables de la época, podemos mencionar a Lucio Anneo Séneca, nacido en una familia aristocrática de Corduba en el 4 a.C. Muchos de sus miembros habían destacado en diversos campos de la política. Estudió en Roma con Atalo, quien le enseñó retórica y lo introdujo en el estoicismo, y en Alejandría, donde aprendería ciencias naturales, geografía, etnografía y, a través de Soclon, el misticismo pitagórico. Llegó a involucrarse en el culto de Isis y Serapis, aunque volvería al estoicismo hasta el final de sus días.
Tuvo una gran carrera política; de hecho, era considerado el mejor orador del senado. Sin embargo, con la llegada de Calígula al poder, sus enemigos lograron que lo condenaran a muerte, aunque se salvó. Luego, con la llegada de Claudio, también volvió a caer en desgracia y fue mandado al exilio en el año 39 a la isla de Córcega. En los ocho años que estuvo allí, escribió algunas de sus obras más notables.
En el año 49, volvió a Roma y lo nombraron pretor y tutor de Nerón. En el año 54, murió Claudio y subió al trono imperial Nerón, con lo que Séneca obtuvo una gran posición e influencia en el joven emperador y consiguió que, durante ocho años, Nerón tuviera un buen gobierno. A partir del aumento de la influencia de Publio Suilio Rufo en Nerón, Séneca fue cayendo en desgracia, ya que veía cómo Nerón se iba convirtiendo en un emperador despótico y cruel, y le fue criticando y enemistándose con él. Viendo lo que se le venía encima, decidió retirarse de la corte y dedicarse a viajar y a escribir sus mejores cartas y tratados filosóficos. Aun así, ni estando lejos se salvó de la intriga y, por una conjura en la que lo acusaron de ser partícipe, lo condenaron a muerte. Decidió tomárselo como un buen estoico y planeó suicidarse.
Sin duda, la historia de Sénecaes un claro ejemplo de lo integrados que estaban los hispanos en el imperio y de cuán lejos podían llegar aun siendo un provinciano. Tenían las mismas oportunidades que un romano más, que con formación y talento podría estar al lado de varios emperadores e influir o enfrentarse con ellos y convertirse en un referente cultural para todo el imperio.
Otro hispano con una obra muy importante, pero mucho menos conocido, sería Lucius JuniusModeratus Columela, o sencillamente Columela. Fue un gran escritor agrónomo y, al igual que los anteriores, nació en la Bética, pero en vez de en Corduba, en Gades, otra ciudad muy romanizada. Se cree que su nacimiento fue alrededor del 4 d.C. en una familia importante, y que su padre fue un decurión de Gades, por lo tanto, tuvo una excelente educación sobre retórica, filosofía y agronomía. Por influencia de su tío Marco, desarrolló un profundo interés por la agricultura. Siguió la carrera militar, llegando a tribuno en la Legio VI Ferrata en Siria.
Al acabar su carrera militar, volvió a Hispania para dedicarse a la agricultura en sus terrenos en Gades, donde puso en práctica todo lo aprendido y escribió sus grandes obras: "De re rustica" y "De arboribus". Estos grandes tratados de agronomía transmitieron los conocimientos de la época, lo que permitió que no se perdieran y que se pudiesen seguir usando siglos después de la caída del Imperio Romano. Su obra no es solo importante por las técnicas agrícolas, ya que también habla sobre la vida de los romanos y sus ritos precristianos. Fue recuperado por los árabes, quienes reutilizaron sus técnicas agrícolas con excelentes resultados, lo que finalmente lo trajo de nuevo a Occidente.
Pasando por Calagurris Nassica Iulia, "Calahorra, ciudad de los cuervos, leal y romana", tenemos a Marco Fabio Quintiliano. Nació allí en el año 35, aunque se trasladó a Roma, donde su padre ejercía de réprobo abogado. Allí obtuvo una gran formación con profesores de la talla de Remio Palemón, Marco Servilio Noniano y Domicio Afro, quienes le enseñaron literatura y elocuencia. En el año 61 regresaría a Hispania junto a Galba cuando Nerón lo nombró gobernador de la Tarraconense y este, a su vez, nombró a Quintiliano rétor del Tribunal Superior. También sería profesor de elocuencia, que era su gran pasión, y sus capacidades en el uso de la lengua serían tan reconocidas que se convertiría en una referencia de cómo usar correctamente el latín. En Roma crearía después una academia de elocuencia de gran prestigio que contó con alumnos tan destacados como Plinio el Joven y el futuro emperador Adriano. Seguiría ganando prestigio con los años, incluso después de Galba, bajo los emperadores Vespasiano, Tito y Domiciano. Vespasiano llegó a otorgarle la primera cátedra oficial y pública de retórica. Su mayor obra es Institutio Oratoria, donde abarcaba todos los aspectos de la retórica.
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